En las últimas décadas, Luis de Pablo (1930) se ha enfrentado al reto de ser reconocido, más sin querer que queriendo, como un clásico. No es que su música haya renunciado a nada, pero sí que ha agrazado generosamente la forma concertante y otros trajes a medida de la tradición. Solo se ha resistido a la sinfonía, pero ese ropaje a un contemporáneo le impone demasiado respeto; Carter, Berio o Bernaola se lo probaron. Y De Pablo podría haberlo hecho también. Pero ha hecho otras cosas, como este Amicitia, un concierto para acordeón que es de los más inspirados de su catálogo (acaso con el sutil y resonante Concierto para arpa o el casi poemático que escribió para el violonchelo).
Lo abordó en 2014, por impulso de su protagonista, Iñaki Alberdi, y es una obra que documenta al ultimísimo De Pablo, quintaesenciado, rotundamente complejo sin que podamos lamentar involución alguna. La música parece danzar, la orquesta amplifica el acordeón que canta incansablemente, y pasan muchas cosas a mucha rapidez. No es una obra sencilla en una primera escucha, tampoco en segunda. Pero crece y crece, y no para de crecer. Ahora nos fijaremos en el colorido de la cuerda, luego en el insólito juego de manos del solista, más tarde en unas sonoridades evanescentes; todo parece como esbozado, aun estando cada detalle bajo control. Por último, nos detendremos en el final, ¿qué sucedió aquí de repente? Es un cierre inmenso, sin alharacas, así como si alguien apagara la luz.
El disco, con IBS incorpora a la nómina de los más relevantes de su catálogo, se completa de otras obras para acordeón, como el ligero Tango, el virtuoso Capricho y los más serios Tre riflesi y las Tres piezas. Alberdi lleva muchos estrenos a sus espaldas, y este Amicitia es delo más especiales, pero a todos ha dedicado la misma implicación y esmero.
Ismael G. Cabral